La Calle Corrientes ya no rie por las noches

La Calle Corrientes ya no ríe por las noches,
se va a dormir temprano, ya no es insomne.

Los adoquines gastados de San Telmo
ya no relucen en arco iris de colores azulados,
cuando la lluvia los moja en las noches.

De los bares, las quejas sonoras
de los bandoneones ya no suenan a milongas,
son plañideros sones
de tangos nostálgicos y melancólicos.

Una vieja Rémington,
con el papel puesto en el rodillo,
acumula polvo en la cabecera de la mesa,
sin que yo la toque,
ni la mire siquiera de reojo.

Ya no escribo,
ni siquiera boceto en mi cabeza las ideas,
ni apunto en el viejo block de tapa negra.

Ya no escucho el sonido de los tacos,
en la vieja escalera de madera,
anunciándome la llegada
a la buhardilla de la casona
de Humberto Primo y Defensa,
de la risa y la sonrisa,
del aire fresco en primavera,
del calor en los crudos inviernos,
de los sueños hilvanados en hileras,
de aquellas utopías de adolescencias vividas,
de aquellos años de Di Tella.

De la hornallita del calentador
ya no me envuelve el aroma a café recién hecho.

Hace calor en Buenos Aires,
pronto llegara el otoño,
otro otoño.

Mi musa predilecta, partió.